Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Miscelánea

 

¿Cuándo recibe un cristiano el Espíritu Santo?

 

¿Qué significa ser bautizado en el Espíritu?

Versión: 01-05-12

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Estimado Abel, gracias por contactarme. Le agradezco sus comentarios y preguntas que me parecen muy interesantes. Si no tiene inconveniente los publicaré, junto con mi respuesta a ellos, en www.amistadencristo.com, porque al ser un tema muy importante y de interés general, puede beneficiar a muchos otros lectores de esta Web, ayudándoles a comprender cuál es el significado del Bautismo del Espíritu.

En su correo me expresa los siguientes comentarios y preguntas:

Dios lo bendiga hno.!!

Sólo quiero brindarle mi apoyo y mis comentarios. Por favor tenga a bien recibirlos.

Su artículo sobre la imposición de manos me ha sido de gran bendición. Pero no me queda aún claro, a pesar de la evidencia obvia. Es decir, ciertamente el Espíritu Santo se recibe por fe. El bautismo del Espíritu Santo lo tenemos al momento de la conversión (1 corintios 12.13). De hecho es un lavamiento espiritual, si mal no me han enseñado. Pero ¿es posible bautizar en el Espíritu a personas que ya creyeron? en lo personal no creo. Es decir, en el factor Samaria, Pedro y Juan visitando a los hnos. samaritanos y decir: "queremos que reciban el Espíritu Santo", cuando ya habían creído, daría a entender, sin el contexto, que Felipe hizo un pésimo trabajo de evangelización.
[…]
Pero entonces, ¿cómo se explica lo de Éfeso? Cornelio era gentil, y los discípulos de Éfeso eran gentiles. O ¿es que los de Éfeso también eran mestizos o impuros entre ellos? la verdad no tiene sentido. ¿Qué hace diferente a Cornelio y su casa con los de Éfeso si de condición son gentiles?

Además, en el factor Samaria y en el factor Éfeso no hace alusión a que sea el bautismo del Espíritu. No es tan explicito como el factor pentecostés y factor Cornelio. Ahí se da la implicación sobre el bautismo del Espíritu. Además hablaron en lenguas, pero fue un bautismo y señal de que, judíos y gentiles, serian parte de la iglesia del Señor. Eso si es coherente con la Escritura.

Pero lo que me confunde es que la Biblia dice: "recibir el Espíritu Santo". Cuando uno lo asocia, por default lo asocia con el bautismo del Espíritu Santo. Le aviso que no soy pentecostal, ni carismático. Hasta en el griego busqué, y dice lo mismo: recibir el Espíritu Santo. 

Por lo que entiendo, la única manera de resolver esta cuestión es por el contexto, como usted lo hizo ¿no?

¿Hay mas versículos que avalen el bautismo del Espíritu Santo en el momento de la conversión? por favor ayúdeme a llegar buen término con estas conclusiones.

Yo sé que su artículo es claro, pero quiero saber si aún puede, con ayuda del Señor, fundamentarlo más.
Muchas gracias por su tiempo. (Abel)

A continuación, en los siguientes epígrafes, trataremos de responder a las preguntas que usted, de forma muy inteligente, se formula, como las siguientes:
 
¿Es posible bautizar en el Espíritu a personas que ya creyeron?

Creo que entiendo bien lo que usted se está preguntando y es muy importante. Pero para que muchos lectores más lo puedan comprender y beneficiarse de este estudio, debo tratar de explicar bien el sentido de su cuestión.

En realidad, en esa pregunta están implicadas varias más. Como por ejemplo:

¿Qué significa ser bautizado en el Espíritu? ¿Cuándo recibe un cristiano el Espíritu Santo?

Luego, usted, se sigue preguntando:

“¿Cómo se explica lo de Éfeso? Cornelio era gentil, y los discípulos de Éfeso eran gentiles  ¿Qué hace diferente a Cornelio y su casa con los de Éfeso, si de condición son gentiles? ¿Hay más versículos que avalen el bautismo del Espíritu Santo en el momento de la conversión?” (Abel)

También es necesario que expliquemos, por un lado, lo que ocurrió a los discípulos de Éfeso con respecto al bautismo del Espíritu (Hechos 19:1-7), y por otro, el caso de Cornelio y su casa (Hechos 10:1-48).

2. ¿Qué significa ser bautizado en el Espíritu?

La primera vez que la Biblia se refiere a bautizar en Espíritu Santo la encontramos en el Evangelio según San Mateo (Mateo 3:11). Juan el Bautista habla del bautizo en el Espíritu como algo todavía futuro, y que sería llevado a cabo únicamente por Cristo. Juan declara que sólo bautiza en agua para arrepentimiento. Como comprobaremos a lo largo de este estudio, Juan el Bautista está aludiendo al próximo cumplimiento de una profecía del Antiguo Testamento que se encuentra en el libro del profeta Joel 2:28, donde Dios da la promesa del derramamiento de su Espíritu Santo de una forma especial y generosa que nunca antes se habría dado.

Más tarde volveremos a la profecía de Joel 2:28. Ahora preferimos empezar por el Nuevo Testamento, que como sabemos contiene el cumplimiento de las promesas del Antiguo. Vamos, pues, a leer todos los textos donde aparece por primera vez este concepto, y también las versiones que dan los otros Evangelios:

Mateo 3:11-12: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.”

Lucas 3:16-17: “respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.”

Juan 1:31-34 (Ver también Marcos 1:8): “Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. 32 También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. 33 Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. 34 Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.”

De estos textos aprendemos que:

Por tanto, creemos que el bautismo de fuego no forma parte del bautizo del Espíritu, sino que se trata de dos bautismos distintos, y opuestos, por tanto, no compatibles, si se recibe el uno, no se puede recibir el otro. ¿Por qué pensamos esto? Porque el fuego es normalmente un símbolo de destrucción y no de salvación. Por otro lado, el contexto, de la frase de Juan el Bautista, “...Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3:11úp.), se refiere al uso que se dará al fuego. Veamos ese contexto:

Juan el Bautista está predicando el bautismo de arrepentimiento para preparar el camino para recibir al Mesías, Jesús, y acuden a escucharle multitud de gente, entre los que se encuentran muchos de los fariseos y saduceos (Mateo 3:7), y a ellos, especialmente, como guías y representantes del pueblo judío, les previene del riesgo que corrían sino cambiaban sus conductas, arrepintiéndose y dando frutos de justicia. La historia nos demuestra que el rechazo de la mayoría de los dirigentes judíos a Jesús como el Mesías, endureciendo sus corazones, fue la causa del castigo que les sobrevino en el año 70 de nuestra era, a manos del ejército del general romano Tito, quien puso sitio a Jerusalén, destruyéndola y provocando la dispersión de los pocos judíos que sobrevivieron a esta tremenda destrucción.

Mateo 3:10-12: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. “11 Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.”

En general, la nación judía, al no dar buenos frutos, fue cortada y echada al fuego, de forma figurada, con el castigo que sufrieron en el año 70, lo cual se aplica, naturalmente, no sólo a los judíos sino a todos los gentiles. Además, Juan el Bautista, en el verso 12, distingue claramente entre el destino que tendrá el trigo con el de la paja, que será quemada por fuego por el aventador.

Por tanto, entendemos que el bautismo en fuego, simboliza el castigo que sufrirán los malvados (Romanos 12:20; 1ª Corintios 3:13; 2ª Tesalonicenses. 1:8; Hebreos10:27; 2ª Pedro 3:7; Judas 7; etc.), y el bautismo en el Espíritu Santo sólo se administra a los que obedecen el llamado de Dios, y aceptan el evangelio de salvación.

¿Qué es el bautismo en el Espíritu Santo?

Siempre que se pueda, dejaremos que la Biblia hable por sí sola, que se interprete a sí misma,  para que no prevalezcan nuestras ideas preconcebidas sobre lo que ella expresa claramente. Veamos los siguientes textos:

Hechos 1:1-5: “En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, 2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; 3 a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. 4 Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. 5 Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

Vamos a centrarnos en los versículos 4 y 5. En ellos, Lucas relata que Jesús mandó, expresamente, a sus discípulos que, juntos en Jerusalén, esperasen la promesa del Padre porque serían bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

¿Qué aprendemos, además de lo que ya sabíamos, que había un bautizo en el Espíritu Santo?

En primer lugar, acabamos de leer que existe una promesa del Padre que está directamente relacionada con el bautizo en el Espíritu Santo, que los discípulos iban a recibir dentro de no muchos días. Aunque ya parece meridianamente claro que la promesa del Padre, tiene que ver con el envío del Espíritu Santo a los apóstoles, aportaremos algunos textos más, en los que Jesús se refiere a ella, da más detalles, y explica la condición fundamental, para que este evento se produjese.

En Lucas 24:49, Jesús mismo afirma: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” De aquí constatamos que la promesa del Padre sería enviada por Jesús sobre los discípulos, y que además recibirían poder de lo alto, es decir, de Dios. Es algo que estaba todavía en el futuro, pues los apóstoles no habían recibido el bautizo en el Espíritu Santo de la promesa del Padre.

En los siguientes textos se encuentra la promesa de Jesús de que enviaría el Consolador, o sea el Espíritu Santo sobre los discípulos. ¿Cuándo iba a suceder esto? La respuesta la da Jesús con claridad: Cuando Él se vaya, al poco de su ascensión y después de ser glorificado.

Juan 16: 7, 13: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

Juan 7: 38, 39: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.”

Juan 15:26: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. 27 Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.”

De estos textos deducimos, en primer lugar, que el cumplimiento de la promesa y decisión del Padre de enviar, en un futuro, al Espíritu Santo, le corresponde a Jesús el llevarla a cabo. En segundo lugar, Él aclara la condición necesaria para que la promesa del Padre se pueda cumplir: “...porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.” (Juan 16:7). Hasta que Jesús no fuese glorificado en el cielo (Juan 7:39) no se cumpliría la promesa del Padre.

Como hemos visto, después que Jesús resucitó y antes de su ascensión, en una de las últimas ocasiones, de los cuarenta días que pasó hablando a los discípulos acerca del reino de Dios, les vuelve a dar instrucciones para que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí” (Hechos 1:3, 4).

El Bautismo con el Espíritu Santo, anunciado por Juan el Bautista (Mateo 3:11), confirmado por Jesús (Hechos 1:5) es el cumplimiento de la promesa del Padre, que se llevaría acabo, personalmente por el Hijo, Jesús, desde el cielo, pocos días después de su ascensión, lo que concuerda con todos los textos vistos hasta aquí.

Hechos 1:5: Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.

¿Cuándo se cumple la promesa de Dios del Bautismo del Espíritu?

El cumplimiento de la promesa del Padre (Joel 2:28) se realiza con el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés siguiente a la ascensión de Jesús al cielo. Esto es el bautismo en el Espíritu Santo.

En el día de Pentecostés se produce un derramamiento o venida especial del Espíritu Santo sobre los apóstoles primeramente: “y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. (4) Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.” (Hechos 2:3,4).

El apóstol Pedro nos aclara que esta promesa del Padre, fue ya profetizada en el Antiguo Testamento, en el libro del profeta Joel, en el capítulo 2, versículo 28 en adelante, y es cumplida en ese día, con el derramamiento del Espíritu Santo. Veamos el testimonio de Pedro en su primer discurso en Hechos 2:16-18

Hechos 2: 16-18: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 17 Y en los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños; 18 Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días.”

En resumen: La promesa del Padre, anunciada por el profeta Joel en el Antiguo Testamento (Joel 2:28), reiterada por Juan el Bautista (Mateo 3:11) y por Jesús (Juan 16:7,13; Hechos 1:5) es finalmente cumplida, cuando Cristo glorificado envía el Espíritu Santo en el día de Pentecostés siguiente a su ascensión gloriosa al cielo. Esto es un evento único en la historia del mundo, por el que se inaugura la iglesia de Cristo con el don del Espíritu Santo y su poder, como una prueba visible de que pertenece a Dios, y que de ahí en  adelante, todos los creyentes en Cristo recibirán no el bautismo en el Espíritu  en sucesivos “pentecostés”, sino “el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38) como resultado de su conversión al Evangelio de Cristo, y como sello y garantía de la salvación de sus vidas (Efesios 1:13, 14).

Hechos 2:38, 39: “38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Efesios 1:13-14: En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,  (14)  que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

3. Propósito, alcance y significado distintivo del Bautismo en el Espíritu

Anteriormente hemos visto los textos que indicaban, sin lugar a dudas, que el bautismo con el Espíritu Santo fue un evento único que  se cumplió en Pentecostés, día siguiente a la ascensión de Cristo al cielo, y que fue administrado, enviado e impartido por Jesucristo mismo en cumplimiento de la promesa del Padre (Hechos 2:3, 4, 16, 17, 33). A continuación sólo vamos a citar el versículo 32 y 33 para confirmar que fue Jesús mismo el que derramó el Espíritu Santo en ese día de Pentecostés:

Hechos 2:32,33: “32 A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33 Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.”

Creemos que este derramamiento del Espíritu se produjo por primera y única vez en el día de Pentecostés según texto anterior citado. Este derramamiento singular del Espíritu Santo sobre los apóstoles en el día de Pentecostés, mediante “... lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (Hechos 2:3), tuvo el propósito, de parte de Dios, de revelar y manifestar visiblemente, que el Espíritu Santo, desde ese mismo momento y en cumplimiento de la promesa predicha en Joel 2:28, y posteriormente reiterada por Juan el Bautista y Cristo, estaría totalmente disponible para todos los seres humanos, que de aquí en adelante decidieran aceptar por fe el llamado de Dios por medio del Evangelio de su Hijo, se arrepintieran, y bautizaran en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados.

Hechos 2:38, 39: “38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Queda claro, pues, que la promesa de recibir el don del Espíritu Santo no fue sólo para la primitiva iglesia sino para todo creyente que se arrepienta y se bautice en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados, como así lo afirma el apóstol Pedro en los textos anteriores. Esto no significa que el bautismo en el Espíritu, el derramamiento que hubo hace dos mil años, se vuelva a repetir para cada cristiano hasta hoy, como tampoco es repetido el sacrificio de Cristo en la cruz hecho una vez para siempre (Hebreos 9:12, 25,26).

El derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés significó la inauguración y establecimiento de la iglesia cristiana. Los poderes milagrosos que Jesús prometió a los apóstoles (Hechos 1:8: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo...”), junto con el don del Espíritu Santo fue la señal que autentificó a la iglesia naciente como la verdadera iglesia de ahí en adelante, y la unificó en un solo cuerpo, por el Espíritu, en Cristo (1ª Corintios 12:13). A partir de ese momento, el Templo que sucedió al Tabernáculo dejó de ser la institución ordenada por Dios, y pasó a ser la iglesia, iniciándose la dispensación del Espíritu. De ahí en adelante, los creyentes en Cristo, son templos del Espíritu Santo (1ª Corintios 3:16)

1ª Corintios 3:16: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

Nótese que todo el Antiguo Testamento enfoca hacia el Mesías y al Nuevo Pacto en Cristo con el subsiguiente derramamiento del Espíritu, que hará que Dios nos cambie el corazón y ponga sus leyes en él (Véase Jeremías 31:31-33), y estas leyes se resumen en una: la ley del amor. Los siguientes textos del Antiguo Testamento corroboran la promesa de que el plan de Dios era dar el Espíritu Santo a los fieles de manera generalizada, es decir, moraría en ellos de forma permanente, pues estaría a disposición de todos mediante la fe en el Mesías venidero. 

Ezequiel 36: 26-28:“26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.”

Ezequiel 37: 14: “14 Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová.”

Ezequiel 39: 29: “29 Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor.

4. Distinción entre el don del Espíritu Santo y los poderes milagrosos otorgados por el Espíritu Santo.

A la primitiva iglesia cristiana que aparece en el Nuevo Testamento, a fin de que se consolidase, se propagase más rápidamente, y se confirmase su autenticidad, de que provenía de Dios, el Espíritu Santo dio dones o poderes milagrosos a sus miembros, de los que destacan por su espectacularidad, el don de hablar en idiomas extranjeros no conocidos por los receptores, y  el don de sanación instantánea y completa de cualquier tipo de enfermedad o discapacitación, semejante a los milagros que hizo Jesús sanando a ciegos de nacimiento, cojos, paralíticos, leprosos, etc.

Debemos, pues, distinguir entre el don del Espíritu Santo, –con el que todos los cristianos fieles son sellados (Efesios 1:13: “... fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”), que consiste en el propio Espíritu Santo, como así también lo manifiesta el apóstol Pedro en Hechos 2:38: “...; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (ver también verso 39)–, y los poderes milagrosos que el Espíritu Santo dio según su voluntad (1ª Corintios 12:4,8-11).

1 Corintios 12:4-11: Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.  (5)  Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.  (6)  Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.  (7)  Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.  (8)  Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu;  (9)  a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.  (10)  A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.  (11)  Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

En realidad, la promesa del bautismo en el Espíritu Santo, cumplida en el día de Pentecostés, comprendía dos acciones distintas. La primera y fundamental fue que Cristo, una vez glorificado, envió sobre sus apóstoles, al Espíritu Santo de la promesa del Padre, como ya vimos anteriormente. La segunda acción, que consistió en darles poder, dependía del Espíritu Santo, pues a él correspondía dar esos poderes milagrosos como el hablar en lenguas extranjeras, y el de sanar todo tipo de enfermedades. Veamos, en el siguiente texto, como la Palabra de Dios distingue entre el poder del Espíritu Santo y don del Espíritu Santo mismo.

Hechos 1:8: pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. 9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.”

Es decir, la promesa de Jesús de enviarles el Espíritu Santo iba seguida de otra que consistía en que el Espíritu Santo les daría poder. Estos poderes milagrosos se hicieron evidentes, no sólo el día de Pentecostés en el que los apóstoles fueron capaces de comunicarse en el idioma, posiblemente, de judíos que procedían de otras naciones como las que cita Hechos 2:9: “Partos, medos, elamitas...”, sino que, poco después, en el capítulo 3 de Hechos de los apóstoles se nos narra la curación de un cojo de nacimiento (Hechos 3:7-9: “(9) Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios.”).

Felipe, el nuevo diácono ordenado por los apóstoles, predica el Evangelio en Samaria con acompañamiento de grandes señales como curación de paralíticos, cojos y expulsión de demonios (Hechos 8:5-22).

Más adelante comprobamos que los poderes milagrosos dados por el Espíritu Santo a los apóstoles en el día de Pentecostés, eran transmitidos por los mismos apóstoles a otros fieles cristianos, mediante la imposición de sus manos sobre ellos. Un ejemplo de esto que afirmamos lo tenemos en Hechos 6:5,6. Pues, en la ocasión del nombramiento de siete diáconos, uno de ellos llamado Felipe, a quien, también, los  apóstoles le impusieron sus manos, lo encontramos más tarde predicando el evangelio en Samaria (Hechos 8:5) y haciendo grandes milagros de sanación como describe Hechos 8:7: “Porque de muchos que tenía espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;

Sólo los apóstoles del Señor Jesús podían transmitir, por medio de la imposición de manos, el poder del Espíritu Santo, como sanar milagrosamente, hablar en lenguas, etc.

Existen pruebas, en la Palabra de Dios, que nos indican que sólo a los apóstoles del Señor Jesús les fue dada la prerrogativa de transmitir los poderes del Espíritu Santo, que una vez recibieron en Pentecostés, a otros verdaderos cristianos. Sin embargo, Felipe, que estuvo predicando el Evangelio en Samaria con grandes señales milagrosas y prodigios, y que incluso consiguió que Simón, el mago, creyese y se bautizase porque “viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito.” (Hechos 8:13), no fue capaz de transmitir esos poderes milagrosos a nadie de los que bautizó en Samaria.

Felipe, que había recibido, el poder del Espíritu Santo (Hechos 6:6) al imponerle las manos los apóstoles, no pudo transmitirlo a su vez, a los discípulos que habían sido bautizados por él en Samaria.

Fue necesario que los apóstoles que estaban en Jerusalén enviaran a Samaria a Pedro y Juan (Hechos 8:14-19) para que los nuevos cristianos recibiesen no el don del Espíritu Santo, que ya seguramente habían recibido al ser bautizados en agua en el nombre de Jesús, sino el poder y los dones del Espíritu Santo.

Si analizamos los textos citados en el párrafo anterior, nos daremos cuenta que la Palabra de Dios no se refiere al don del Espíritu Santo que todo cristiano obtiene al ser bautizado como sello de salvación (véase Hechos 2:38, 39; Efesios 1:13) sino, más bien, a los dones milagrosos y poder del Espíritu Santo.

Hechos 8:14-19: “Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; 15 los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; 16 porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. 17 Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. 18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19 diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo.”

Ya hemos visto, en Hechos 2:38, 39 y Efesios 1:13, que los requisitos para recibir el Espíritu Santo son oír y creer las Buenas Nuevas de salvación, arrepentirse, confesar nuestra fe en Jesús  y bautizarse en agua en su nombre (Hechos 8:37). Por tanto, si lo nuevos cristianos de Samaria ya habían sido bautizados por Felipe, ya tenían el Espíritu Santo de la promesa como sello y garantía de salvación, lo único que les faltaba era el poder del Espíritu Santo, que solamente los apóstoles de Jesús, con la imposición de manos y la oración, estaban capacitados por Dios para transmitirlo. Este poder era el que demandaba también Simón: “Dadme también a mí este poder...” (Hechos 8:19). Es, por tanto, evidente en este contexto, que lo que se transmite por medio de los apóstoles a los cristianos de Samaria, es el poder del Espíritu Santo, es decir, sus dones sobrenaturales o milagrosos, como el sanar a un paralítico o cojo, de la misma manera que antes lo había obtenido Felipe (Hechos 6:5,6). 

El caso de los creyentes de Éfeso es distinto del de los prosélitos que hizo Felipe en Samaria, pues éstos habían sido bautizados en el nombre de Jesús, y aquellos solo habían recibido el bautismo por agua de Juan, y ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo (Hechos 19:2)

Hechos 19:2-7: les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.  (3)  Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.  (4)  Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo.  (5)  Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.  (6)  Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.(7)  Eran por todos unos doce hombres.

Vamos a ver a continuación algunos ejemplos más en los cuales también el poder del Espíritu Santo es dado a través de la imposición de las manos de algún apóstol de Jesucristo.

El caso anterior se refería a unos creyentes de Éfeso que sólo habían recibido el bautismo de Juan, y que en esa ocasión son bautizados en el nombre del Señor Jesús, y luego el apóstol Pablo les bautiza en el Espíritu: “Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.” (Hechos 19:6).

Estos son los dones o poderes que el Espíritu Santo concede como Él quiere (véase 1ª Corintios 12:8-11), a veces, a través de los apóstoles, y en otras ocasiones de forma directa –como a Cornelio y su casa (Hechos 10)–, pero siempre y únicamente sobre creyentes de la Iglesia primitiva del Nuevo Testamento. A medida que la iglesia se fue extendiendo y consolidando, cuando ya quedó concluido el Nuevo Testamento, ya no fue tan necesaria esa obra prodigiosa del Espíritu Santo. Y, puesto que nadie más que los apóstoles podían comunicar el poder del Espíritu Santo, cuando murió el último apóstol terminó también esta posibilidad de transmitir estos poderes del Espíritu Santo a más cristianos.

Esto es evidente cuando el mismo Pablo ya no fue capaz de sanar a Timoteo de una simple dolencia estomacal (1ª Timoteo 5:23), ni curarse a si mismo (2ª Corintios 12:7-9).

En el texto siguiente comprobamos que realmente los apóstoles tenían el poder del Espíritu Santo, mediante el cual sanaban o hablaban en lenguas cuando la situación lo requería.

Hechos 28:8: “Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó.

Este rito de la imposición de manos, usado por los apóstoles para transmitir un don, poder, carisma o gracia, también fue el gesto utilizado por Jesús para realizar sus curaciones (Marcos 6:5; Marcos 16:18; etc.) o simplemente expresar bendición (Mateo 19:13,15; Marcos 10:16). Además, de ser el medio para traspasar algún don del Espíritu Santo a los primeros cristianos (Hechos 19:6), también se utiliza para consagrar a un creyente para una misión o función determinada (Hechos 13:3).

En 1ª Timoteo 4:14 y 2ª Timoteo 1:6 se habla de la imposición de manos sobre Timoteo de parte de Pablo para la concesión de algún don. Sin embargo, 1ª Timoteo 5:22 da a entender que la imposición de las manos, se había convertido en un acto habitual para, posiblemente, consagrar u ordenar ancianos, diáconos o pastores.

Hoy en día, en mi opinión, este acto de imponer las manos, que no tiene en sí ningún poder milagroso ni mágico, sirve para designar a una persona que ha sido elegida para desempeñar una función como las citadas antes, y mediante este rito o acto se pide en oración la bendición de Dios, y se confirma la consagración de esa persona, que desde ese momento es separada o apartada para esa misión en especial. Por supuesto, que las personas que imponen las manos, tienen que ser personas muy consagradas y entregadas a Dios, pues deben conocer bien a aquel, a quien van a realizar tal acto, y especialmente si reúne los requisitos de un siervo de Dios (1ª Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-16).

En resumen, tanto a los samaritanos, convertidos y bautizados en el nombre de Jesús por Felipe (Hechos 8:14-19), como a los efesios –que habían sido solo bautizados en agua en el bautismo de Juan,  aunque creyentes, no habían oído hablar del Espíritu Santo, y por eso necesitaron ser bautizados de nuevo en el nombre de Jesús (Hechos 19:1-5)– les fueron impuestas las manos y recibieron el bautismo del Espíritu, “y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hechos 19:6). Sin embargo, este bautismo del Espíritu no añadía nada a su salvación, ni a su conversión, ni a su condición de hijos de Dios, que se había garantizado, como a todo cristiano con el sello o don del Espíritu Santo que mora permanentemente en todo creyente en Cristo. Ellos, además, recibieron unos dones especiales milagrosos, a fin de evangelizar con poder en los inicios de la Iglesia primitiva, para consolidación y expansión de la misma, y mientras todavía no se disponía de toda la Revelación de Dios, que hoy tenemos los cristianos en al Biblia.

5. ¿Hubo un segundo bautismo en el Espíritu Santo con Cornelio y su casa? ¿El don del Espíritu Santo es otorgado antes de ser bautizado en agua?

El caso de Cornelio, relatado en Hechos 10, es muy interesante y requiere un estudio cuidadoso. En primer lugar, porque Cornelio no pertenece al pueblo judío, sino que es un gentil, “centurión de la compañía llamada la Italiana” (Hechos 10:1). En segundo lugar, la Biblia lo presenta como piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.” (Hechos 10:2). Por tanto, Cornelio es un buen creyente, hasta el extremo que Dios le envía un ángel para ponerle en contacto con el apóstol Pedro, y que éste le predique el Evangelio de salvación en Jesús (Hechos 10:34-43).

En tercer término, nos interesa mucho lo que relata Hechos 10:44: “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.

En este evento, debemos destacar, primero de todo, que “el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso”, sin que el apóstol Pedro tuviera que intervenir, imponiendo sus manos, para que recibieran los oyentes el poder del Espíritu Santo.  Por el contrario, fue una acción directa del Espíritu Santo otorgando el poder, en este caso, de hablar en lenguas, a Cornelio y a todos los otros de su casa, gentiles como él mismo. En la actualidad, aunque la mano de Dios no se ha acortado, no suelen ser concedidos estos dones milagrosos salvo en casos excepcionales, pero nunca de forma evidente y espectacular.

A este respecto, las manifestaciones de hablar en lenguas extrañas que son habituales en los movimientos carismáticos y pentecostales son muy sospechosas de no provenir del Espíritu Santo, pues al no haber nadie que las interprete confunden, en lugar de edificar a la Iglesia (Véase 1ª Corintios 14:4-13, 19,20,23-31).

Segundo, que este derramamiento del Espíritu Santo se produce cuando Pedro está terminando su discurso, después que les presenta el núcleo del Evangelio, cuya esencia está en el solo versículo 43 –“De éste [Cristo] dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados”–, y antes de ser bautizados en agua, como comprobaremos en los versos que se citan a continuación:

Hechos 10:43-48: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. (44) Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. 45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. 46 Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. 47 Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? 48 Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.”

Nótese que Cornelio y su casa son bautizados en el Espíritu antes de ser bautizados en el nombre del Señor Jesús. Lo que indica que son imparticiones distintas del mismo Espíritu. Acogiéndose a estos textos, algunos creyentes afirman que la recepción del Espíritu Santo no depende del bautismo en agua, pues, la Palabra dice que sobre Cornelio y su casa “el Espíritu Santo cayó” (Verso 44) antes de que se les bautizara en agua (47-48), con lo que convierten al bautismo en sólo un rito y una forma simbólica de presentar o testificar a los demás la regeneración espiritual que el Espíritu Santo ha realizado en el interior del cristiano. Pero realmente, lo que recibieron primero fue una especial  impartición de los dones milagrosos del Espíritu Santo, no al Espíritu Santo mismo, para capacitarles con facultades poderosas para la predicación del mensaje del Evangelio de nuestro Señor Jesús.

Por otro lado, atendiendo a la similitud de este derramamiento del Espíritu Santo con el relatado en Hechos 2, otros cristianos han creído que se trata de un segundo bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 11:15,16). O bien, una continuación de aquel evento, del cual hemos hablado ampliamente en este estudio, y que fue el cumplimiento de la promesa del Padre y el bautismo en el Espíritu Santo que prometió Jesús a sus apóstoles. Esto último sucedió solo a los apóstoles, para darles poder y autentificar la Iglesia verdadera que nacía.

Sin embargo, en el caso de Cornelio y los de su casa, se repitió un derramamiento similar del Espíritu Santo, con la única diferencia que, en este caso, los receptores eran gentiles, y Dios quiso demostrar a los judíos y gentiles que no hace acepción de personas.

Hechos 11:15-18: Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio.  (16)  Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. (17)  Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?  (18)  Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!

En nuestra opinión, lo que “cayó” sobre Cornelio, y todos los de la casa de él, que escuchaban el discurso de Pedro, no fue el Espíritu Santo mismo que se otorga a todos los cristianos verdaderos después de bautizarse en agua, y que es el sello y garantía de nuestra salvación (Efesios 1:13), sino una manifestación visible del poder del Espíritu Santo, como es el don de lenguas.

¿En qué nos basamos para realizar tal declaración? Nos fundamentamos, por una parte, en que el apóstol Pedro en Hechos 2:38 cita el bautizarse en agua como una de las condiciones necesarias para recibir el don del Espíritu Santo. El bautismo en agua en nombre de Jesús es una demostración visible de nuestra fe en la obra expiatoria de Cristo,  por la que aceptamos y creemos haber obtenido el perdón de nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Es, pues, una obra de obediencia al Evangelio de la gracia, por la cual demostramos nuestra fe y convencimiento en el poder de Dios y en Cristo,  que requiere de nuestra parte una acción clara de nuestra voluntad, y una toma de decisión para cumplir la voluntad revelada de Dios. Es una obra de fe como las que preconiza el apóstol Santiago en el capítulo 2 verso 24, por la cual somos justificados o sea, declarados justos por Dios por los méritos de nuestro Señor Jesús (véase también 1ª Pedro 3:21; Tito 3:5).

Por tanto, lo que “cayó” sobre los oyentes del discurso de Pedro no pudo ser el Espíritu Santo de la promesa de Hechos 2:38, 39 y de Efesios 1:13 sino, simplemente, la concesión de un don o poder del Espíritu Santo como fue el don de lenguas, con el propósito de hacer evidente y visible a “los fieles de la circuncisión” (Hechos 10:45) y al mismo Pedro, que Dios no hacía acepción de personas entre judíos y gentiles (Hechos 10:34; 11:18), y que también los dones del Espíritu Santo eran para éstos. Es decir, la intención de Dios es, evidentemente, eliminar los prejuicios que todavía albergaba gran parte del pueblo judío, que aún se consideraban así mismos, como el único pueblo elegido por Dios, y por tanto, los únicos herederos de las promesas de salvación reveladas en el Antiguo Testamento.

Por otro lado, si comparamos Hechos 19:6, que se refiere a los cristianos de Éfeso, los cuales “...habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban”, con el texto que estamos estudiando de Hechos 10:46 –“Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios”–, comprobamos que, en ambos casos, tanto los efesios citados, como el grupo formado por Cornelio y su casa, reciben el mismo don o poder del Espíritu Santo, el don de lenguas; con la única diferencia de que en el caso de los efesios, este don es impartido mediante la imposición de las manos del apóstol Pablo, y en el segundo caso, el de Cornelio, el don de hablar en lenguas es impartido directamente por el Espíritu Santo, sin mediación humana.

Para evitar errores en la interpretación de la doctrina que nos ocupa sobre el bautismo del Espíritu Santo, es necesario, pues, que hagamos una clara distinción entre el don del Espíritu Santo, –que se concede a todo cristiano auténtico cuando es bautizado en agua (Juan 3:5; Hechos 2:38, 39; Efesios 1:13, etc.), producto de la obra de redención, de la cual forma parte el bautismo del Espíritu Santo derramado en Pentecostés–, y los poderes que el Espíritu Santo otorgó según su voluntad,  a quien Él quiso y sólo a la primitiva iglesia cristiana del Nuevo Testamento.

Ahora podemos comprender mejor, lo que dice Hechos 8:17: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.”. Este texto se refiere a la obra que fueron llamados a hacer Pedro y Juan en Samaria cuando estaban en Jerusalén (Hechos 8:14). Antes de ese momento, Felipe había estado predicando a Cristo en esta ciudad (verso 5) con grandes señales y milagros, pues, además de ser expulsados los espíritus inmundos de muchos de los samaritanos, “... muchos paralíticos y cojos eran sanados;” (verso 7). El verso 12 declara que fueron bautizados hombres y mujeres cuando creyeron el mensaje del evangelio: “pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres..

Puesto que los samaritanos ya habían sido bautizados por Felipe y creído en Jesús, por tanto, cumplido todos los requerimientos para la obtención del Espíritu Santo como hemos visto, ¿Por qué fue necesario traer a Pedro y Juan para que les impusieran las manos para recibir, nuevamente el Espíritu Santo, algo que se supone ya debían tener?

Sabemos, por la Palabra revelada, y también por nuestra experiencia diaria que los cristianos siguientes a la época de la iglesia cristiana primitiva, continuaron siendo bautizados en el nombre de Jesús, y no han necesitado la imposición de manos de apóstoles o de sucesores de los mismos para recibir el Espíritu Santo, o sea, el de la promesa cumplida en Hechos 2, que consiste en el sello de salvación (Efesios 1:13), y sin el cual no podemos ser de Cristo (Romanos 8:9). No se nos concede u otorga el  Espíritu Santo para ser hijos de Dios, sino “... por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba Padre!” (Gálatas 4:6).

Otra cosa muy distinta es que, una vez consolidada la iglesia cristiana primitiva, y completado todo el canon de la Sagradas Escrituras, el Espíritu Santo siga derramando sobre los creyentes cristianos sus dones o poderes milagrosos, consistentes entre otros, en hablar en lenguas o hacer sanaciones milagrosas. Este poder fue concedido sólo a la iglesia del Nuevo Testamento con un propósito específico, que ya hemos señalado, y por unas circunstancias como las que vivió la iglesia de Cristo naciente, que todavía no tenía a su disposición toda la revelación de Dios, que ahora tenemos. No que haya disminuido el poder de Dios sino que, en este tiempo, Él ha considerado conveniente, que nuestra fe, no se fundamente en señales milagrosas visibles sino solamente en su Palabra revelada. 

6. ¿Es posible bautizar en el Espíritu a personas que ya creyeron?

El enunciado de esta pregunta que me hace mi hermano Abel proviene de  confundir la recepción del don del Espíritu Santo, que reciben todos los creyentes, con la recepción de dones milagrosos del Espíritu Santo, que solo eran impartidos en la iglesia de los apóstoles, y que se conocía como bautismo del Espíritu (Hechos 8:12,14,15). Los creyentes de Samaria que creyeron al Evangelio predicado por Felipe, fueron bautizados, y, por su fe, recibieron el don del Espíritu Santo. Pero otra cosa, distinta es el bautismo del Espíritu, consistente en impartición de dones sobrenaturales y milagrosos que solo lo podían impartir los apóstoles (Hechos 8:14-19). Solo en ese contexto cabe la pregunta.

La respuesta está en los citados pasajes del libro de Hechos de los Apóstoles que relatan que, a los samaritanos que habían sido convertidos y bautizados en el nombre de Jesús por la predicación del diácono Felipe, les son impuestas las manos por los apóstoles Pedro y Juan para que recibiesen el Espíritu Santo (Hechos 8:14-19).

Hechos 8:14-15: Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; (15)  los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo;

Hechos 8:16: porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.

Hechos 8:17: Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. 

¿Por qué, si los creyentes samaritanos “habían sido bautizados en el nombre de Jesús” por Felipe, se necesitaba ahora a Pedro y Juan que les impusieran las manos para recibir el Espíritu Santo que ya se supone lo tuvieron que haber recibido en el momento en que creyeron o en su bautismo en agua?

Esto está en aparente contradicción con la declaración que hace el apóstol san Pedro en Hechos 2:38, de la que parece desprenderse, sin lugar a dudas, que cuando uno se arrepiente y se bautiza, recibe “el don del Espíritu Santo”. Porque en ese acto de fe solicitado por Dios, el creyente muestra su fe al mundo que consiste, en aceptar el perdón de todos sus pecados por Dios, por medio del sacrificio sustitutorio de Cristo como redención a sus pecados, recibiendo la justicia de Cristo, y muriendo simbólicamente con Él para resucitar a nueva vida en Cristo. Y en ese mismo momento, sino lo hubiese recibido plenamente cuando se convirtió, ahora le es impartido el don del Espíritu Santo, lo que está en armonía con Romanos 8:9, 1ª Corintios 3:16, 1ª Corintios 6:19 y Efesios 1:13-14.

Hechos 2:37-42: Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?  (38)  Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.  (39)  Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.  (40)  Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.  (41)  Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.  (42)  Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.

En mi opinión, los creyentes samaritanos convertidos por Felipe ya tenían el don del Espíritu Santo. Ya eran templo del Espíritu Santo. Él moraba en ellos, pero todavía no habían recibido el bautismo del Espíritu Santo, que son aquellos dones sobrenaturales y milagrosos que les permitirían predicar el Evangelio con poder, haciendo sanidades y hablando en lenguas cuando fuese necesario.

“Lo que aún no había descendido” sobre ellos eran los dones del Espíritu Santo que conlleva el bautismo del Espíritu, y que solo podía ser impartido directamente por el Espíritu Santo como en el día de Pentecostés, o, también, en el caso de Cornelio, como primicias de los gentiles.

Todo cristiano auténtico tiene el Espíritu de Cristo, de lo contrario no pertenece a Cristo.

Romanos 8:9: Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Todo cristiano auténtico es templo de Dios, porque el Espíritu Santo mora en él.

1 Corintios 3:16: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
1 Corintios 6:19: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?

Todo cristiano, que ha oído la Palabra de verdad, el Evangelio de nuestra salvación, y ha creído en él, es sellado con el Espíritu Santo de la promesa:

Efesios 1:13-14: En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,  (14)  que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

En segundo lugar, entendemos que el derramamiento del Espíritu Santo sobre Cornelio y su casa narrado en Hechos 10:44, se refiere sólo a la concesión de un don visible, como el don de lenguas, con el propósito de eliminar los prejuicios que impedían, a “los fieles de la circuncisión”, o sea, los cristianos judíos, aceptar que Dios, no haciendo acepción de personas (Verso 34), daba los mismos poderes que el Espíritu Santo concedió a los apóstoles en el Bautismo del Espíritu que se produjo en el día de Pentecostés. Por eso, cuando Pedro informa a la iglesia de Jerusalén dice “... cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. (16) Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.” (Hechos 11:15,16).

No había diferencia alguna en cuanto recibieron el mismo Espíritu Santo e igual don de lenguas. Pedro se acordó, entonces, del bautismo en el Espíritu Santo prometido por Jesús y que se cumplió sobre los apóstoles en el día de Pentecostés. Como ya hemos visto, este evento fue único en la historia de la iglesia cristiana primitiva, e inauguraba, a partir de ese momento, la disponibilidad del Espíritu Santo para todo creyente. El episodio de Cornelio y su casa evidenció que los beneficios derivados de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés estaban a disposición de cualquier creyente ya fuese de la circuncisión o gentil.

7. Conclusión

Concluimos, que en la Iglesia de Cristo no existen dos bautizos diferentes: uno mediante agua y otro por el Espíritu Santo, sino que todo es el mismo bautizo (Juan 3:3-8; Romanos 6:4; Efesios 4:5). El bautismo del Espíritu hace referencia a los eventos que se cumplieron el día de Pentecostés, y a los poderes o dones espirituales y milagrosos que recibieron los apóstoles y algunos gentiles, directamente por medio del Espíritu Santo, y por la imposición de las manos de aquellos sobre otros creyentes (1ª Corintios 12: 7-13). Los poderes o dones sobrenaturales o milagrosos fueron dados solo a la Iglesia de los apóstoles para cumplimiento de las promesas del Padre (Joel 2:28; Mateo 3:11) y del Hijo (Marcos 16:17,18).

Sin embargo, no debemos confundir el bautismo del Espíritu con la recepción del don del Espíritu Santo de la promesa, que es para todo creyente desde Pentecostés en adelante, y que recibe todo cristiano cuando se convierte a Cristo, cree al Evangelio, y confiesa públicamente su fe en Cristo, bautizándose en agua (Hechos 2:38,39; Efesios 1:13-14; Cf. Efesios 4:30). El bautismo del Espíritu que recibe cada creyente tiene por objeto o propósito fundamental serle impartido por Cristo el don del Espíritu Santo. En el evento único del Día de Pentecostés, Cristo envió el Espíritu Santo en cumplimiento de la promesa del Padre y como primicias de inicio de la dispensación del Espíritu Santo. A partir del cual todos los conversos tendrían acceso al mismo, y les sería otorgado. Sin embargo, los dones sobrenaturales que impartió el Espíritu Santo fueron ocasionales, y solo para la Iglesia apostólica con el único fin de proveerla de un medio milagroso para la predicación del Evangelio, que evidenciara su procedencia divina. Pero el don del Espíritu Santo es dado a todo creyente, en todo tiempo, como sello y garantía de salvación (Efesios 1:13-14; 4:30). No para hacer obras espectaculares de sanación o de hablar en lenguas, sino para guiarnos a toda la verdad (Juan 16:13; Romanos 8:14; Gálatas 5:18), para librarnos de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2), venciendo nuestra carnalidad, haciendo morir las obras de la carne, darnos la vida espiritual, y testificar a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y por tanto, herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8:11,13-17).

Hechos 2:38-39: Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.  (39)  Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.

Efesios 1:13-14: En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,  (14)  que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

La única condición que pone Jesucristo para alcanzar la salvación es nacer de nuevo de agua y del Espíritu (Juan 3:3-8). Lo que nos da el nuevo nacimiento es el Espíritu Santo por medio de Su Palabra (Santiago 1:18,21-22; 1ª Pedro 1:23-25).

Juan 3:3-8: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.  (4)  Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?  (5)  Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.  (6)  Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.  (7)  No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.  (8)  El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.

Santiago 1:18-22: El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. […]  (21)  Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.  (22)  Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

1 Pedro 1:23-25: siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.  (24)  Porque: Toda carne es como hierba,  Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae;  (25)  Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

Bautizarse en agua es una obra de fe que Dios pide al creyente como un acto de obediencia, confirmación y testificación al mundo de su fe en Cristo y en Su Palabra. El cambio o transformación interior de su vida que ha experimentado el creyente, se exterioriza y manifiesta públicamente en el rito bautismal. Con ello damos gloria a Dios, y la experiencia interior de haber sido perdonado, justificado, renacido, redimido, y hecho hijo de Dios por el Espíritu, se proclama, haciéndose una realidad más tangible para él mismo, puesto que ha tenido lugar en un momento determinado de su vida, a partir del cual será una nueva criatura en Cristo (2ª Corintios 5:17). Ser bautizado en Cristo Jesús significa ser bautizado en su muerte, muerto al pecado, y resucitado para vivir en Cristo una nueva vida (Romanos 6:3-8).

Romanos 6:3-8 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?  (4)  Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.(A)  (5)  Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;  (6)  sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.  (7)  Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.  (8)  Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;

El bautizo por inmersión total en agua simboliza perfectamente la obra interior que Dios ha hecho al creyente y que este ha experimentado en su vida y que lo proclama agradecido al mundo. El creyente es sepultado en el agua significando la muerte del viejo hombre y su crucifixión de la carne, con lo cual se identifica con el Salvador, que murió por él, que también resucitó. Así también sucede con el creyente que renace del agua como una nueva criatura en Cristo (Juan 3:3-8).

 

Quedo a su entera disposición para lo que pueda servirle.

Afectuosamente en Cristo.

Bendiciones

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

 

 

 

 

 

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