Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Soteriología

¿Qué quiere Dios de mí?

 
Versión: 22-02- 2021

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

En el pasado artículo, publicado en esta web con el título ¿Por qué es necesario nacer de nuevo?, nos hicimos eco de la declaración más transcendente que nos ha revelado Jesucristo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:7). Se trata de una declaración universal que nos concierne a todos los seres humanos; y es tan importante porque la entrada en el Reino de Dios, en la Jerusalén Celestial, –es decir, la salvación eterna– depende de que Él quiera concedernos el nuevo nacimiento, a fin de operar en nosotros esa regeneración espiritual, consistente en la transformación de nuestra naturaleza carnal en espiritual, “participante de la naturaleza divina” (2 P. 1:1-11); y esto significa ser adoptados como hijos de Dios, “y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gá. 4:4-7; cf. Ro. 8:14-17); y tener la vida eterna.

2 Pedro 1:1-11: Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: (2) Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. (3) Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, (4) por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; (5) vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; (6) al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; (7) a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. (8) Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. (9) Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. (10) Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. (11) Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

¿De qué depende que Dios quiera darnos el nuevo nacimiento para hacernos aptos para entrar en Su Reino?

Depende de que nosotros no hagamos oídos sordos al llamado que Dios nos hace mediante Su Evangelio. Esto implica: primero, reconocer que todo ser humano es “carnal, vendido al pecado” (Ro. 7:14); segundo, que “es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:3, 5-7); tercero, creer que Dios nos llama por Su Evangelio (2 Ts. 2:14), y a través de Su Espíritu Santo, para que, “mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (1 P. 3:3), recibamos a Cristo. Natural y lógicamente, todo estos pasos no se producirán sin nuestro consentimiento, sin nuestra libre aceptación a que Él viva en nosotros, solo entonces es cuando Dios, “de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18).

Por tanto, todo esto es obra de Dios, Su don al ser humano, y que solo se recibe cuando asentimos voluntariamente a Su llamado y recibimos a Cristo en nuestro corazón, por medio de Su Espíritu Santo. Por eso la Palabra hace hincapié en que “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, (4) por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 P. 1:3-4). Se trata de una maravillosa combinación y colaboración entre la voluntad de Dios y la voluntad del ser humano.

Estos textos vienen a decir que la vida espiritual nos es dada por “Su divino poder”, “mediante el conocimiento de Dios que nos llamó por su gloria y excelencia” (1 P.1:3). O sea, Él tomó la iniciativa, encarnándose en Su Hijo Jesucristo – aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14)–, para que pudiéramos conocerle y saber Su voluntad; y, luego, llama a todos a recibirle; pero A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. (12) Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (Juan 1:11-13).

En lo que sigue, en el cuerpo de este estudio bíblico, comprobaremos que el nuevo nacimiento, que se produce cuando cumplimos los requisitos anteriores, es el comienzo de la vida cristiana, porque es entonces cuando nuestra voluntad ha sido liberada de la esclavitud del pecado, y debe ejercitarse mucho más en colaborar con Dios, por medio del Espíritu Santo, que mora en todo cristiano (Ro. 8:9; 1 Co. 3:16; 6:19-20; Ef. 1:13-14).

Romanos 8:8-9: y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. (9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

1 Corintios 3:16: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

1 Corintios 6:19-20: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? (20) Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.

Efesios 1:13-14: En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

Por eso, puesto que podemos acogernos al poder del Espíritu Santo, por haber sido liberados de la esclavitud del pecado, se nos exhorta: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gá. 5:16-17). A lo que debemos añadir, lo más concreto que Jesús dijo: “Esto os mando: Que os améis unos  a otros” (Jn. 15:17).

2. ¿Qué quiere Dios de mí?

Sinceramente, en mi opinión no existe ninguna cuestión más importante que la que nos planteamos en este estudio bíblico. Porque, ¿qué hay más importante para el ser humano que hacer la voluntad de Dios?, y ¿cómo podemos hacer Su voluntad si antes no la conocemos?

Si logramos conocer la voluntad de Dios, sabremos, al mismo tiempo encontrar el sentido a esta vida efímera y precaria que se desarrolla en este mundo desquiciado, y que vive de espaldas a lo verdaderamente importante, que es lo trascendente, lo perdurable y eterno.

Como cristianos creemos que “ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. (8) Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. (9) Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven (Romanos 14:7-9).

Debemos tener claro que conocer la Biblia no es solo conseguir un conocimiento intelectual de la misma, sino también experimentar que Cristo vive en cada uno de nosotros, como Él prometió: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. (19) Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. (20) En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. (21) El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:18-21).

En esta fe vivimos los cristianos, en que Cristo vive en cada uno de nosotros, mediante el Espíritu de Cristo /Espíritu Santo (Ver Jn. 14:16-17, 26; 15:26; 16:7-11, 13-15).

Juan 14:16-17: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: (17) el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.

Por tanto, os propongo los siguientes siete mandamientos, prescripciones o deseos de nuestro Dios para salvar y perfeccionar a la criatura humana, que considero esenciales porque conforman el corazón de Su Evangelio, y son fundamentales para progresar en la vida cristiana, a partir del nuevo nacimiento, e incluso para obtenerlo.

Primero, Dios quiere que le conozcamos a Él y a Su Hijo Jesucristo (Jn. 17:3), y que establezcamos una relación de amor con ambos, por medio del Espíritu Santo. Porque “conocer” bíblicamente es amar; y no se puede amar a los que no conoces ni sabes de su existencia.

Esto es lo que pidió Jesucristo en su oración sacerdotal al Padre: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Dios quiere adoptarnos como hijos suyos, es decir, compartir Su naturaleza divina y espiritual con nosotros; pero para ello, requiere que nos reconciliemos con Él; para eso envió a Su Hijo, para que fuésemos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo” (Ro. 5:8-11; 2 Co. 5:18-20).

Romanos 5:8-11: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (9) Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (10) Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. (11) Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.

2 Corintios 5:14-21: Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; (15) y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (16) De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (17) De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (18) Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; (19) que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (20) Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (21) Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Si Dios no se hubiera revelado a sí mismo en Jesucristo y en Su Palabra, no conoceríamos cómo Él es realmente. Damos gracias a Dios, de que “el Verbo –la Palabra de Dios– fue hecho carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). Aunque A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer (Juan 1:18). Y Jesucristo lo confirmó con las siguientes palabras: “…El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? (10) ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. (11) Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Juan 14:9-11).

Observemos que la naturaleza divina no es innata en el ser humano, sino que es una obra de Dios en cada criatura humana, que se nos da gratuitamente junto a los medios para obtenerla: a ello, pues, se llega o se alcanza por “Su divino poder, mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó [Dios, Padre e Hijo, por medio del Espíritu Santo] por su gloria y excelencia…” (1 Pedro 1:3).

Participar en la naturaleza divina es esencialmente recibir o tener la vida eterna que solo Dios posee, y que, por tanto, es el único que la puede dar. Y esto se consigue “mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó”.

Segundo, en definitiva, Dios quiere salvarte. Lo que quiere, pues, para ti es lo mismo que desea para todos los seres humanos, es decir, que “sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4). Y para hacer esto posible, Él nos ha revelado Su voluntad en “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. (16) Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, (17) a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:15-17).

Medita en los siguientes pasajes:

Hebreos 1:1-4: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, (2) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; (3) el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

Tercero, pero para salvarte, Dios te pide que creas en Sus Buenas Nuevas de Salvación, o sea, en el Evangelio de la Gracia (Hch. 20:24), que consiste en que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3); Dicho de otra manera: Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Es decir, Dios ha hecho Su obra de gracia enviando y entregando a Su Hijo a la muerte; nuestra parte –la del ser humano en general– se limita a aceptar esa Gracia, que consiste en recibir a Cristo, como nuestro Salvador y Redentor, nuestro sustituto, porque murió en la cruz en nuestro lugar.

Por tanto, siempre debemos tener presente en nuestra mente, a fin de ser agradecidos, que la salvación de la humanidad representó un infinito coste para Dios, que “tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (17) Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17). Es decir, nuestra salvación solo ha sido posible, gracias a que Dios, en la persona de Jesucristo, el Verbo, “fue hecho carne” (Jn. 1:14), el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Ti. 2:6).

2 Tesalonicenses 2:13-17: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. (15) Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra. (16) Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, (17) conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra.

Cristo murió por ti, y “en ningún otro [Jesucristo] hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Este es el Evangelio  de la Gracia de Dios, que Él, siendo nosotros pecadores, envió a nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Léelo también en su contexto:

Gálatas 1:3: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, (4) el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, (5) a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén

No hay otro evangelio

Este es el Evangelio de nuestra salvación, “no hay otro Evangelio” (Gálatas 1:3-8). “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8). Léelo, por favor, en su contexto:

Gálatas 1:6-9: Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. (7) No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. (8) Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. (9) Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.

Cuarto, Dios quiere que te realices como persona, que desarrolles todos los talentos y cualidades que Él te ha dado; y sobre todo desea librarte de la esclavitud del pecado.

Juan 8:31-34, 36: Dijo entonces Jesús […]: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; (32) y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (33) […] ¿Cómo dices tú: Seréis libres? (34) Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.[…]. (36) Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

Romanos 6:22-23: Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Quinto, para que tú consigas todo lo anterior, y puedas entrar en el Reino de Dios, Él especialmente quiere darte el nuevo nacimiento, “de agua y del Espíritu” (Jn. 3:5) (El “agua” simboliza la Palabra y el bautismo en agua; el Espíritu es el Espíritu Santo o Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo) ; para de esta forma darte Su Espíritu Santo, que habitará en ti, y te “guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13). “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:14). Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! (7) Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.(Gá. 4:6-7).

Date cuenta, que el nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo; y significa ser engendrados por Él; “ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12-13), y esto es un don que se nos da cuando recibimos o aceptamos a Cristo, en los términos descritos antes.

Juan 1:12-13 Mas a todos los que le [a Cristo] recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; (13) los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

Por eso, la Escritura nos explica que “En él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él [Cristo], fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, (14) que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Ef. 1:13-14).

Sexto, después de darnos el nuevo nacimiento, y liberarnos de la esclavitud del pecado, si seguimos obedeciendo Su Palabra, Dios quiere hacernos “conformes a la imagen de Su Hijo” (Ro. 8:29), “para que seamos santos y sin mancha delante de Él” (Ef. 1:4). Y nos explica cómo conseguirlo:

“Si en verdad le habéis oído [a Cristo], y habéis sido por él [Cristo] enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. (22) En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (25) Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. (26) Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, (27) ni deis lugar al diablo. […] (29) Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (30) Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (31) Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (32) Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:21-27,29-32).

Colosenses 3:1-17: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. (2) Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (3) Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (4) Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. (5) Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, (11) donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos. (12) Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (15) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (16) La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (17) Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Séptimo,  finalmente, esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. (40) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero […]. (Jn. 6:39-40).

La voluntad del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo es darnos la vida eterna, mediante la resurrección en el día postrero, que es el día del fin del mundo, el día de la Parusía de nuestro Señor Jesús.

“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.” (Juan 6:35); y poco más adelante, Él aclara y reitera: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.  (48)  Yo soy el pan de vida (Juan 6:47,48).

En estos pasajes y en los que siguen, Jesucristo  nos explica cuál es nuestra parte para que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros y recibamos vida eterna:El que cree en mí, tiene vida eterna. (48) Yo soy el pan de vida” (Jn.6:47-48). Tan sencillo como “creer en Él”; pero este creer, esta fe en Cristo, no es una creencia solamente intelectual, sino que implica comer ese “pan de vida” que es Jesucristo:

“Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. (51) Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. (52) Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (53) Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. (54) El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. (55) Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. (56) El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. (57) Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. (58) Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente” (Juan 6:50-58).

¿Cuál fue la reacción de muchos oyentes a estas palabras de Jesús?

“Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? […] Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:60,66). Esto les ocurrió porque tomaron literalmente las palabras de Jesús: “comer Su carne y beber Su sangre”.

3. ¿Qué significa  “comer la carne y beber la sangre del Hijo del Hombre? ¿Son acaso estas palabras de Jesús un anticipo de la institución de la Cena del Señor o Eucaristía?

“Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende? (62) ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? (63) El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. (Juan 6:61-63).

Como muy bien explica nuestro Señor Jesús, Sus palabras tienen un significado espiritual –“son espíritu y son vida”–, porque comer “la carne para nada aprovecha” (Jn. 6:63). El versículo 51 es clave para comprender lo que realmente Él quiere que entendamos: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo (Jn. 6:51).

Jesucristo, el Hijo/Verbo de Dios, “fue hecho carne(Jn. 1:14) para poder entregar Su vida en la cruz a cambio de la de todos los creyentes e incluso, potencialmente, para que también los incrédulos puedan acogerse a esa vida, si optan por ello. Él da Su “carne” –es decir, Su cuerpo mortal– cuando se entrega a morir en la cruz “por la vida del mundo” (Jn. 6:51; cf. 1 Jn. 5:10-12). Y “esta vida está en su Hijo. (12) El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn. 5:12). Leamos en su contexto:

1 Juan 5:10-12: El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. (11) Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. (12) El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

“Comer Su Carne y beber Su Sangre” es aceptar Su sacrificio expiatorio y vicario, e identificarse con Él en la cruz, “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él [Cristo], para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (7) Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. (8) Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Romanos 6:6-8). En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. […] (14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:10,14). Leamos también todo su contexto:

Hebreos 10:10-25: En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (11) Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; (12) pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, (13) de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; (14) porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. (15) Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: (16) Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, Y en sus mentes las escribiré, (17) añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. (18) Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado. (19) Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, (20) por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, (21) y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, (22) acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. (23) Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. (24) Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; (25) no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.

3.1. ¿Son acaso estas palabras de Jesús –“Comer Su Carne y beber Su Sangre”– insertas en el capítulo seis del Evangelio de Juan (6:35-58, 60-63) un anticipo o preparación para la Cena del Señor?

Como comprobamos arriba, “comer Su carne y beber Su sangre” es aceptar Su sacrificio expiatorio y vicario, e identificarse con Él en la cruz. En cambio, la Cena del Señor es la institución del rito, consistente en comer del pan y beber del vino, como símbolos del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor; y como Él mismo dijo, representa Su “sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt. 26:28; Mr. 14:24; Lc.22:20); haced esto en memoria de mí" (Lc. 22:19).

El apóstol Pablo nos da explicaciones que sintetizan el sentido del rito de la Cena del Señor, y cómo lo entendía y lo practicaba la Iglesia cristiana primitiva:

1 Corintios 10:16-17: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?  (17)  Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.

1 Corintios 11:23-34: Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan;  (24)  y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.  (25)  Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. (26) Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.

Jesús utilizó pan y vino, y sabemos que ese pan era sin levadura, porque así se celebraba la Pascua judía; y se infiere que el vino era sin fermentar, como parece deducirse de sus palabras en el versículo 29: “…este fruto de la vid”. La levadura y la fermentación eran símbolos de pecado. El pan y el vino sin fermentar, que son alimentos típicos necesarios para la preservación de la vida física, representan los alimentos que proporcionan vida espiritual; y esa vida espiritual proviene de asimilar a Cristo, el pan de vida (Jn. 6:35 e.a.), y si comemos su carne y bebemos su sangre, que son verdadera comida y bebida espirituales, Él nos resucitará en el día postrero (Véase Jn. 6:51-54).

Comer la carne y beber la sangre de Cristo es comunicarse con Él, entrar en comunión con Él, y con los hermanos en la fe. Es comprender y recordar Su gran sacrificio, mediante el cual todos mis pecados son perdonados y soy resucitado a una vida nueva, que me ha liberado de la esclavitud del pecado. Al identificarme con Cristo, en su vida, muerte y resurrección, Él permanece en mí y yo en Él (Jn. 6:56-57; 15:1-10). El Evangelio de Lucas nos descubre por qué Cristo instituyó Su Cena: “haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Es decir, participar de la Cena del Señor no debe ser un acto rutinario, sino que debe servir para recordar que, gracias a Él, nuestros pecados fueron remitidos, fuimos regenerados y adoptados como hijos de Dios, y se nos dio el Espíritu Santo para así dar los frutos de una vida santa. 

Por tanto, todo ello es incompatible con practicar el pecado o tener pecados que no hemos reconocido y confesado a Dios. ¿Cómo podemos recordar el sacrificio de Cristo mediante la participación en la Cena del Señor si no llevamos una vida coherente con la vida nueva en Cristo, si no hemos muerto al pecado y resucitado con Él? Ser digno para participar en la Cena del Señor es sentirse hijo de Dios y salvado por el derramamiento de la sangre de Cristo; reconciliado con Dios mediante Él, y embajador de Dios en el nombre de Cristo (2ª Co. 5:14-20). Y esto implica llevar una vida de obediencia y de coherencia con la Palabra de Dios, con lo que hemos creído, y con nuestra conciencia regenerada, y si todo esto se cumple nunca tomaremos indignamente la Cena del Señor, y si no se cumple debemos ponernos en paz y reconciliarnos con Dios, mediante Jesucristo: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad…..y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.  (2)  Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 1:9; 2:1-2). Pero es bueno leer el contexto porque se aprende mucho y da mucha paz y seguridad:

1 Juan 1:6-10: Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;  (7)  pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.  (8)  Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.  (9)  Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.  (10)  Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

1 Juan 2:1-6: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.  (2)  Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. (3) Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. (4)  El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él;  (5)  pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.  (6)  El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.

Muchos cristianos creen que Jesús –en los versículos citados de Juan 6:35-58– se está refiriendo a la Santa Cena evangélica (Mt. 26:26-29; cf. Mr. 14:22-25; Lc. 22:17-20; 1 Co. 11:23-26) o bien a la Eucaristía según la entienden y la practican los católicos.  Éstos creen que el Espíritu Santo, al ser invocado por el sacerdote en la Misa, transforma las especies de pan y vino, en el cuerpo y la sangre de Jesucristo resucitado –lo que se conoce también como transustanciación–, de manera, que tanto el pan como el vino, consagrados por el sacerdote, se convierten realmente en la Persona entera de nuestro Señor resucitado.

Sin embargo, el gran Reformador, Martín Lutero creía que Cristo estaba realmente coexistiendo con las especies de pan y vino, lo que se llama “consustanciación” que se opone al concepto católico de transustanciación, pero que se parece bastante. Según Wikipedia se define así:

La consustanciación es una doctrina teológica que, por oposición a la transustanciación defendida por los católicos, sostiene que en la eucaristía coexisten las sustancias del cuerpo y la sangre de Cristo con las del pan y el vino. Es decir esta doctrina considera que en la eucaristía se encuentra de forma real Cristo en su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, pero existiendo a la vez el vino y el pan, por lo tanto el acto eucarístico no se trataría de una sustitución sino de una coexistencia. (1)

En cambio, Zuinglio, con el que me identifico, creía que el pan y el vino eran meramente símbolos para recordar la obra que Cristo hizo al entregar Su vida en la cruz, en favor de todo el mundo. El Señor quería que nos causara tal impacto en nuestra alma para que no olvidásemos nunca que todo se lo debemos a su sacrificio por nosotros: la expiación en la cruz, y eso es ciertamente lo que significa la Eucaristía un recordatorio y agradecimiento por la obra vicaria de Cristo. Esta obra es lo que nos hace salvos y la que nos cambió el corazón de piedra por uno de carne (Ez.36:26,27).

Ezequiel 36:26-27: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. (27) Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

Sin embargo, la salvación no se obtiene por hacer ninguna obra, ni por cumplir con el rito de la Santa Cena. Atribuirle al cumplimiento del rito un poder salvífico sería superstición,  y  equivaldría a creer que la salvación es por obras al adjudicarle al rito de la “Cena del Señor” el citado poder.

A propósito, inserto aquí un párrafo sobre la Santa Cena que he extraído de un correo que me envió –hace unos ocho años– una persona de creencia católica, que me parece muy hermoso:

[...] La Santa Cena es una bella realidad para mí cada mañana... ¡caer en la cuenta de la dignidad de la Sangre que nos lava y del Sacrificio Perfecto que nuestro gran Sacerdote ministra en el HOY eterno delante del Padre en el cual mi pequeñez en la totalidad de la Iglesia presenta por Cristo y con Cristo, en el Espíritu; para ser agraciados con la gloria de su gracia que generosamente derramó sobre los creyentes, para hacer toda clase de obras buenas a las que el Señor en su Plenitud nos dispone... (2)

La Sagrada Escritura afirma rotunda y claramente que “la salvación es solo por Gracia” (Efesios 2:8,9). Y, en segundo lugar, “la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apocalipsis 7:10). Por tanto, la salvación de ninguna manera puede venir de practicar la “Cena del Señor”; pues la salvación viene solo por medio de la fe en la Obra de Cristo (Efesios 2:8-9; Hebreos 10:10-14) “Porque con una sola ofrenda –la de sí mismo, Cristo Jesús– hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Nada que ver con practicar el rito de la Cena del Señor como un medio de salvación.

4. Conclusión

Primero de todo, Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Ti. 2:4). Pero Él no nos salvará sin nuestro consentimiento y sin nuestra colaboración. Su medio de salvación consiste en ofrecernos “el conocimiento de la verdad”. Esa Verdad salvadora está en Su Hijo, Su Obra y Su Evangelio. Realmente la Verdad Salvadora es Jesucristo mismo, porque “Él dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).

El Hijo de Dios “fue hecho carne” (Jn. 1:14), para entregar Su vida en rescate por las criaturas humanas de este mundo rebelde, a fin de que por Su muerte darnos la vida eterna: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, (6) el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Ti. 2:5-6).

Sin embargo, para salvarnos Dios tiene que convertir nuestra naturaleza carnal pecadora en espiritual. Por eso, Él quiere concedernos –si se lo permitimos– el nuevo nacimiento, a fin de operar en nosotros esa regeneración espiritual, consistente en la transformación de nuestra naturaleza carnal en espiritual, “participante de la naturaleza divina” (2 P. 1:1-11); y esto significa ser adoptados como hijos de Dios, “y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gá. 4:4-7; cf. Ro. 8:14-17); y tener la vida eterna.

Dios opera la salvación mediante Su llamamiento a cada persona, por medio de Su Espíritu Santo, a través de Jesucristo y Su Palabra. Y como hemos visto en lo que antecede, podríamos resumir este proceso en los siguientes pasos, que no necesariamente deberían, en todos los casos, verificarse rigurosamente en ese mismo orden.

Primero, Dios quiere que le conozcas a Él y a Su Hijo Jesucristo (Jn. 17:3),  que significa establecer una relación de amor con ambos, por medio del Espíritu Santo. Porque “conocer” bíblicamente es amar; no se puede amar a los que no conoces ni sabes de su existencia. Esto es lo que pidió Jesucristo en su oración sacerdotal al Padre: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Pero este implica ser reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo” (Romanos 5:10,11; 2 Co. 5:18-20).

Romanos 5:8-11: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (9) Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (10) Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. (11) Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.

Segundo, para salvarte, Dios te pide que creas en Sus Buenas Nuevas de Salvación, o sea, en el Evangelio de la Gracia (Hch. 20:24), que consiste en que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3). Por eso, Él nos ha revelado Su voluntad en “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. (16) Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, (17) a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:15-17).

Tercero, Dios quiere que te realices como persona, que desarrolles todos los talentos y cualidades que Él te ha dado; y sobre todo desea librarte de la esclavitud del pecado (Jn 8: 31-36; cf. Ro. 6:22-23).

Juan 8:31-34, 36: Dijo entonces Jesús […]: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; (32) y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (33) […] ¿Cómo dices tú: Seréis libres? (34) Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.[…]. (36) Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.

Romanos 6:22-23: Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (23) Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Cuarto, para que tú consigas todo lo anterior, y puedas entrar en el Reino de Dios, Él especialmente quiere darte el nuevo nacimiento, “de agua y del Espíritu” (Jn. 3:5). El “agua” simboliza la Palabra y el bautismo en agua; y a partir de ese momento, el Espíritu Santo o Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo habitará en ti, y te “guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13). “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:14). Lo que significa que te adopta como Su hijo/a.

Quinto, después de darnos el nuevo nacimiento, y liberarnos de la esclavitud del pecado, ya somos capaces de controlar “los designios de la carne”, que están en “enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro. 8:7). Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. (2) Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:1-2). Esto significa que el Espíritu Santo nos da la vida espiritual y el poder capaz de vencer a la ley del pecado y de la muerte que está en todos los seres humanos.

No obstante, no olvidemos que Dios jamás suprime nuestro libre albedrío; es decir, nuestra vida espiritual que nos ha proporcionado el Espíritu Santo, nos permite –si así lo decidimos– vencer a la vieja naturaleza carnal, al “viejo hombre”, porque “fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado(Ro. 6:6). Debemos, pues, día tras día, escoger “no vivir según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Ro. 8:9).

“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. (14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (15) Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (16) El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (17) Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:13-17).

Indudablemente, en todo aquel que ha nacido de nuevo mora el Espíritu Santo, de lo contario no pertenecería a Cristo y tampoco sería salvo. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta una y otra vez –porque Él sabe lo olvidadizos que somos– Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (17) Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gá. 5:16-17). Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (26) No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros” (Gá. 5:24-26).

Sexto, Dios quiere hacernos “conformes a la imagen de Su Hijo” (Ro. 8:29), “para que seamos santos y sin mancha delante de Él” (Ef. 1:4). Y la Sagrada Escritura nos da a entender que esto es un proceso que se extiende durante toda la vida del creyente, en el que es imprescindible nuestra colaboración activa con Dios. Este debe ser el objetivo de todo cristiano: asemejarse más y más cada día a Cristo, tratando de progresar en ese “Camino de Santidad” (Is. 35:8), para llegar a ser “santos y sin mancha delante de Él” (Ef. 1:4), mientras permanezcamos en este mundo, y hasta conseguir ser “conformes a la imagen de Su Hijo” (Ro. 8:29).

Esto requiere que cada cristiano sea consciente de este plan de Dios para su vida, y que cada día de su vida ejerza su voluntad para vivir en el Espíritu; y como nos dice el gran apóstol Pablo:  “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Ef. 4:22-24).

 "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. (2) No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2).

Colosenses 3:1-10: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. (2) Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (3) Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (4) Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. (5) Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; (6) cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, (7) en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (8) Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (9) No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, (10) y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno.

Colosenses 3:12-17: Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; (13) soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (14) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. (15) Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (16) La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (17) Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Séptimo,  finalmente, esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. (40) Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero […]. (Jn. 6:39-40).

La voluntad del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo es darnos la vida eterna, mediante la resurrección en el día postrero, que es el día del fin del mundo, el día de la Parusía de nuestro Señor Jesús.

¿Qué quiere Dios de mí?

¿De verdad quieres formar parte del Reino de Dios ahora, y en el futuro gozar de la vida eterna con Cristo en la Jerusalén Celestial (Fil. 3:20-21; Heb. 12:22-28; 2 Pedro 3:7-13; Ap. 21:1-7)?

2 Pedro 3:7, 9-13: pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. […] (9) El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (10) Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (11) Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, (12) esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! (13) Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.

Por tanto, si quieres entrar en el Reino de Dios, conoce a Dios y a Su Hijo Jesucristo; estudia “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:15). Si has llegado hasta aquí en la obediencia a las Escrituras de Dios, y quieres ser perfecto/a, recuerda “las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mas bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Y el fin de todo discurso es, que si quieres ser feliz, entrégate al servicio de los demás, y ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo (Mt. 22:34-40; cf. Gá. 5:13-14; 5:22-26).

Gálatas 5:13-14: Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. (14) Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Gálatas 5:22-26: Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, (23) mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. (24) Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. (25) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. (26) No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.

 

Quedo a disposición del lector para lo que pueda servirle.

 

Afectuosamente en Cristo

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 

 

 

 

 


Referencias bibliográficas

*Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas frecuentemente empleadas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento

AP = Antiguo Pacto

NP = Nuevo Pacto

Las abreviaturas de los libros de la Biblia corresponden con las empleadas en la versión de la Biblia de Reina-Valera, 1960 (RV, 1960)

pp, pc, pú referidas a un versículo bíblico representan "parte primera, central o última del mismo ".

Abreviaturas empleadas para diversas traducciones de la Biblia:

BLA95, BL95: Biblia Latinoamericana, 1995
BNP: La Biblia de Nuestro Pueblo
BTX: Biblia Textual
JER 2001: Biblia de Jerusalén, 3ª Edición 2001
Jünemann: Sagrada Biblia-Versión de la LXX al español por Guillermo Jüneman
NBJ: Nueva Biblia de Jerusalén, 1998.
N-C: Sagrada Biblia- Nacar  Colunga-1994
NVI 1999: Nueva Versión Internacional 1999
PER: Biblia del Peregrino – Luis Alonso Schökel, 1993
SB-MN: La Santa Biblia-Martín Nieto

 

Bibliografía citada

(1) Definición de Consubstanciación - Wikipedia, la enciclopedia libre
 (2) Martínez Fernández, María del Carmen.

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