Amistad en Cristo - Carlos Aracil Orts

Preguntas y Respuestas

Soteriología

¿Dios elige al que puede ser salvo o todo el mundo puede ser salvo?

 
 
Versión: 05-09- 2016

 

Carlos Aracil Orts

1. Introducción*

Estimado hermano, la cuestión que a continuación me formulas es muy importante y ha suscitado muchos debates y controversias a lo largo de la historia de la Iglesia cristiana.

“¿Dios elige al que puede ser salvo o todo el mundo puede ser salvo?

Por ejemplo, me viene ahora a la memoria la diatriba sobre el libre albedrío humano sostenida entre Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam. El primero defendiendo que el libre albedrío, para el hombre no convertido, en cuanto a las asuntos de Dios, no es libre sino esclavo; y el segundo todo lo contrario. Este pedagógico, agudo e inteligente debate fue plasmado por Lutero en su magnífica y profunda obra teológica, titulada “la voluntad determinada” (titulo original en latín: “De Servo arbitrio”). Poco más tarde Juan Calvino insistió en ello, haciendo especial énfasis en que Dios ha predestinado desde la eternidad a los que han de ser salvos. A lo que también se opuso Jacobo Arminio que, aun reconociendo la pecaminosidad de la naturaleza humana, admitía que el ser humano conservaba en esa naturaleza caída la capacidad de elegir a Dios. De estas dos prestigiosas figuras derivan las dos grandes corrientes teológicas que se denominan calvinismo y arminianismo, y que aún coexisten en el cristianismo de hoy día.

Pero en el presente estudio no vamos a referirnos a ellas, pues ya fueron tratadas en mi web, con el siguiente artículo: Calvinismo frente Arminianismo. No obstante, puesto que el tema de la elección y la predestinación no es una invención humana sino una revelación divina,  deberemos ser lo suficientemente humildes como para asumirlo, pero dándole una interpretación equilibrada. Porque hay muchos a los que las doctrinas citadas pueden causar desánimo o desaliento, porque piensan  que si nuestro destino está escrito es inútil tratar de cambiarlo. Pero esta es una visión equivocada de la elección y predestinación de Dios, las cuales solo pretenden darnos la seguridad de la salvación, puesto que está en manos del Todopoderoso; pero  de ninguna manera estas creencias deberían llevarnos a pensar que nuestras  múltiples decisiones y acciones diarias sean indiferentes o inútiles para alcanzar “la meta, el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). Veamos los textos que más claramente se refieren a las citadas doctrinas:

Efesios 1:3-5: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, (4)  según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,  (5)  en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad...

Romanos 8:28-30: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.  (29)  Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.  (30)  Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.

1 Pedro 1:1-2: Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,  (2)  elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.

Notemos que Dios “nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él… habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Ef. 1:4,5). También el texto de la epístola a los Romanos incide en que el objetivo o fin de la elección y predestinación es “para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Y todo esto no se realiza por el decreto de Dios de la eternidad sino mediante la obediencia a su Palabra, en el vivir cotidiano de cada creyente, por medio de la fe en Cristo y en la eficacia de su sacrificio. Es decir, Dios no hace acepción de personas porque Dios llama, tanto a los elegidos como a los que no lo han sido, del mismo modo: mediante su Evangelio, y es responsabilidad de cada uno aceptar o rechazar su llamado; veámoslo en los siguientes textos:

2 Tesalonicenses 2:13-14: Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, (14) a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Dejando aparte ya esta breve introducción, paso a tratar de responder a la pregunta que me fue formulada:

2. ¿Dios elige al que puede ser salvo o todo el mundo puede ser salvo?

Ambas premisas son ciertas. Por una parte, Dios ha elegido desde la eternidad a los que han de ser salvos (Ef. 1:4; Ro. 8:29-30; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2), porque Él es omnisciente, es decir, conoció a toda la humanidad antes de que haya llegado a existir; Dios ha diseñado un plan de salvación para todas sus criaturas, y no permitirá que nadie se pierda por error, por accidente, o por cualquier otra causa fortuita, sino que solo se perderán todos aquellos que “…amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas…”  (Jn. 3:19), y todos los que hacen los deseos de su padre el diablo (Jn. 8:44). Además, Dios como Soberano de toda su creación, Rey de reyes y Señor de señores (1 Tim. 1:17; 6:15; Ap. 19:16), tiene todo el derecho a elegir o escoger entre todos los seres humanos a aquellos que según su omnisciencia serán idóneos para ser ciudadanos de Su Reino.

Por otra, todo el mundo tiene la opción de escoger a quien servir, si a Dios o a Satanás, dioses falsos o ídolos (Dt. 30:19; Jos. 24:15).

Deuteronomio 30:19: A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;

Josué 24:15: Y si mal os parece servir a Jehová,  escogeos hoy a quién sirváis;  si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres,  cuando estuvieron al otro lado del río,  o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis;  pero yo y mi casa serviremos a Jehová.

Cristo y su Iglesia invitan a todo el mundo por medio del Evangelio de la gracia de Dios (Hch. 20:24), y las personas son libres de aceptarlo o rechazarlo:

Apocalipsis 3:20-21: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.  (21)  Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.

Apocalipsis 22:17: Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.

En lo que sigue a continuación, veremos por qué cuesta tanto que los seres humanos aceptemos a Cristo y con Él todo lo que ello implica.

3. Nuestra naturaleza carnal no es capaz de entender los asuntos de Dios. Por eso Cristo dijo: “el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios… Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:5,6).

Cristo también dijo: no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 3:40). Es decir, la naturaleza carnal –no convertida– hace que los seres humanos rechacen ir a Cristo: no quieren nada con Él. Leámoslo de nuevo en su contexto:

Juan 5:39-40: Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí;  (40)  y no queréis venir a mí para que tengáis vida.

Sin embargo, “Dios nuestro Salvador…quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4). Pero Dios no coacciona a las personas restringiéndoles su libertad de elección, sino que, por el contrario, les da su gracia para que venzan la ley del pecado que les esclaviza (Ro.8:2). Leamos también el contexto del pasaje citado:

Romanos 8:1-9: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.  (2)  Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. (3) Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne;  (4)  para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.  (5)  Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.  (6)  Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.  (7)  Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;  (8)  y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.  (9)  Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Ciertamente, los seres humanos nacemos con tendencia a pecar, es decir, con una naturaleza pecaminosa, rebelde, ignorante de Dios. Esta naturaleza carnal nos hace esclavos del pecado (Juan 8:34; Ro, 6:16-19; 8:3-8): “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8).

Como hemos podido comprobar por lo que antecede, la condición del hombre antes de su conversión es de esclavitud del pecado, lo que le implica muerte espiritual que le incapacita a vivir según el Espíritu de Dios, y por eso se deja llevar por los deseos, voluntad y pensamientos de su naturaleza carnal. Veamos como lo describe el gran apóstol Pablo: 

Efesios 2:1-7: Y él [Dios] os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (2)  en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, (3)  entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (4) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, (5) aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),  (6)  y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, (7) para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Cuanto más pecados se cometen, es decir, transgresiones de la ley moral de Dios, más se embrutecen y endurecen las personas, y pueden llegar a cometer el pecado imperdonable –el pecado contra el Espíritu Santo– y, entonces ya no queda lugar para el arrepentimiento, es demasiado tarde porque se han sobrepasado todos los límites fijados por Dios, de su misericordia, bondad  y paciencia, y ya no es posible e arrepentimiento.

Por tanto, en teoría, todo el mundo podría ser salvo si se reconociese pecador, se arrepintiera de sus pecados y obedeciera a Dios. Sin embargo, en la práctica, la experiencia diaria nos muestra que son muchas las personas que han sido, durante toda o parte de su vida, egoístas y mueren endurecidos sin arrepentirse y sin haberse acogido a la gracia de Dios, lo que demuestra que no todos se salvarán, porque, como dijo Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; (14) porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13,14). Y  “muchos son los llamados, y pocos escogidos” (Mt. 20:16; 22:14).

No obstante, hemos de reconocer y aceptar –porque así lo afirma la Palabra de Dios– que nadie puede hacer nada para salvarse, es decir, no podemos comprar la salvación, ni hacer méritos para conseguirla; la salvación no se consigue a base de realizar muchas o pocas obras de misericordia. Tampoco puede uno salvarse tratando de cumplir la ley de Dios (Ro. 3:27-28; Gá. 2:16), porque en ese caso nadie se salvaría ya que la ley exige la perfección absoluta desde el nacimiento hasta la muerte (Mt. 5:48; Stgo. 2:8-26). “La salvación pertenece a nuestro Dios…” (Ap. 7:10), es decir, es un regalo de Dios, “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23). Veamos también el versículo anterior, porque es muy explícito, porque nos recuerda que cualquiera que quiera ser salvo antes ha de ser libertado del pecado y hecho siervo de Dios:

Romanos 6:22-23: Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.  (23)  Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Entonces, ¿cómo se accede a la salvación? “¿Qué debo hacer para ser salvo? Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16:30-31). Se hace, pues, evidente, por la Palabra de Dios, que la salvación no es por obras, sino solo por creer en Jesucristo (Ro. 3:20-28; 5:1; Ef. 2:8-9). Veamos los textos que lo prueban:

Romanos 3:20-28: ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. (21) Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; (22)  la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia,  (23)  por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, (24) siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,  (25)  a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,  (26)  con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.  (27)  ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.  (28)  Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

Somos salvos solo porque la justicia de Dios se ha efectuado en Jesucristo, y nosotros nos apropiamos de esa justicia –la que Cristo ganó para nosotros con su vida muerte y resurrección–, cuando reconocemos nuestros pecados, creemos en Jesucristo, como nuestro Redentor, cuyo sacrificio en la cruz pagó nuestras deudas de pecado. Es entonces cuando somos justificados ante Dios:

Romanos 5:1-2: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;  (2)  por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

Por lo tanto, la salvación es un don de Dios y se consigue solo por la fe:

Efesios 2:8-10: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  (9)  no por obras, para que nadie se gloríe.  (10)  Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Debemos tener claro, que la fe que salva no es solo un asentimiento intelectual, sino una verdadera confianza en Dios y en nuestro Salvador, que lleva implícito el arrepentimiento, es decir, el cambio de conducta, la confesión de nuestros pecados a Dios y la obediencia a su Palabra; si no es así no se trataría de verdadera o auténtica fe, pues la fe se demuestra por nuestras obras de obediencia y misericordia (Stgo, 2:8-26). Pero no por las obras que hagamos Dios nos justifica, sino solo por la fe, lo que quiere decir que Él, desde ese momento cuando decidimos creer en Dios y su Palabra, nos considera inocentes o justos, como si nunca hubiéramos pecado, y, por tanto, ya somos salvos y tenemos la vida eterna. Pero notemos que la fe salvadora es también un don –regalo– de Dios (Ef. 2:8).

4. Conclusión

Nuestra naturaleza carnal –antes de ser convertida a Cristo– es esclava del pecado (Juan 8:34; Ro, 6:16-19; 8:3-8): “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; (8) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8). En esta condición estamos perdidos –es decir, muertos espiritualmente (Ef. 2:1 ea.; Ro, 3:20-28; etc.), y, solo, cuando reconocemos que por nosotros mismos somos impotentes de cumplir a la perfección la ley moral, y, por tanto, de alcanzar la salvación, cuando nos humillamos ante Dios reconociendo que somos pecadores, y aceptamos su gracia en Cristo, solo entonces somos nacidos de nuevo, justificados y hechos hijos de Dios (Juan 3:3-6; Ro.3:20-28; 8:1-17; etc.). Y, a partir, de ese momento, el Espíritu Santo que mora en cada creyente le da el poder para no practicar el pecado (1 Jn, 3:6-9; 5:18-21). Pero “la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Ro. 10:17); es decir, el medio de gracia que Dios utiliza normalmente para convertirnos, o hacernos nacer de nuevo es su Palabra (Juan 5:3; Stgo. 1:18,21,22; 1 P. 1:21-25).

Santiago 4:1-10: ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? (2)  Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. (3) Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (4) ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (5) ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? (6) Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. (7) Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. (8) Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. (9) Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. (10) Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.

No obstante, si quieres ampliar algo más este tema, puedes leer también los siguientes artículos que están relacionados con el tema que nos ocupa en este estudio bíblico:

¿Es el ser humano libre para elegir aceptar o rechazar a Dios?

¿Cuál es la condición del ser humano?

¿Es capaz el libre albedrío humano de elegir creer en Dios?

¿Quiénes serán salvos?

¿Qué se requiere para ser salvo?

¿Qué ocurre si Dios no me eligió para ser salvo?

¿Debe el cristiano tener la seguridad de su salvación?

¿Pueden perder la salvación los justificados por la fe en Cristo?

¿Cómo puedo saber si soy salvo?

 

Quedo a tu disposición para lo que pueda servirte.

Afectuosamente en Cristo

 

Carlos Aracil Orts
www.amistadencristo.com

 

Si deseas hacer algún comentario a este estudio, puedes dirigirlo a la siguiente dirección de correo electrónico: carlosortsgmail.com

 

 

 

 

 


Referencias bibliográficas

* Las referencias bíblicas están tomadas de la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, salvo cuando se indique expresamente otra versión. Las negrillas y los subrayados realizados al texto bíblico son nuestros.

Abreviaturas:

AT = Antiguo Testamento

NT = Nuevo Testamento


 

 

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